Un vaso “de” agua


Un sábado, observando el cielo, trataba de encontrar figuras en las nubes tal y como cuando era niño, actividad en la que me resultaba muy fácil ver aparecer ante mis ojos autos modernos, personajes de caricaturas, animales diversos y, sobre todo, naves espaciales de esas que describen las historias de ciencia ficción; sin embargo, esa tarde me resultó imposible dibujar en mi mente la más básica forma, sólo era eso que observaba: una simple nube que avanzaba en silencio junto a sus compañeras de viajes.

“¿Qué había pasado?” Pensé para mis adentros. Por lo que inmediatamente comencé a reflexionar en este hecho; por mi cabeza pasaron varias respuestas que intentaban darle lógica a la pequeña pérdida de creatividad para relacionar nubes con formas familiares, y entre llegar a la conclusión de que estaba muy cansado para pensar, o tal vez era que daba la casualidad de que esas nubes no eran las apropiadas, dos de mis respuestas mentales quedaron como las razones finales: La primera razón: hace tiempo había aprendido que existen tres estados de la materia: sólido, líquido y gaseoso (yo incluyo un cuarto estado: plastilina, pero no tengo suficientes argumentos para demostrar que es válido), de modo que ese aprendizaje adquirido me hablaba y decía al momento de presentarse la nube en el cielo: “es agua en su estado gaseoso” y ya, no son caballos que formaron nubes, ni autos, ni castillos, ni rostros, solo agua gaseosa.

La segunda razón afectó mi estado de ánimo, porque en esa tarde, a esa hora, en ese lugar donde me encontraba mirando al cielo mientras esperaba a un amigo, me di cuenta de algo que hace mucho tiempo había desaparecido en mi: ya no tenía sueños, ni fantasías, ni pasiones, ni deseos intensos por asunto alguno, no comparto la emoción de haber hecho un buen trabajo, ni la satisfacción de haber logrado alcanzar una meta… pensándolo mejor, no tengo metas en las cuales esté trabajando; está sólo la actitud de seguir viviendo en piloto automático, sin esperar grandes cosas de la vida; dándome cuenta además, de el por qué no me enfrasco en discusiones de aquellas en la que las personas se entretienen durante buen rato y que para mi no tienen valor alguno siquiera para emitir mi opinión… como cuando ese mismo día más temprano escuché en el supermercado lo que hablaban una adolescente y su padre cuando él la corregía sobre la expresión “vaso de agua”, alegando que no existen vasos hechos de agua y ella sabiamente le explicaba que vaso se refiere a una medida de cantidad no al objeto al que uno llama así… ella tenía razón y quería defender su punto de vista, él por saber que es su hija, y los hijos aprenden de sus padres y no al revés, simplemente rechazaba el concepto sin siquiera detenerse a reflexionar en sus palabras y burlándose del argumento. Si yo hubiese sido esa adolescente, sabiendo lo que se y pensando como pienso, o mejor dicho, actuando de acuerdo a la actitud que tengo, no habría tratado de convencer a ese señor, habría sonreído para mis adentros y pensado con un gran sentimiento de júbilo: “¡gané!”, porque sabría que tengo razón. Y lo mismo me ha estado pasando con muchas otras cosas, pequeñas y grandes, ni siquiera quiero luchar, o apasionarme o emocionarme por cosa alguna, sólo quiero seguir en piloto automático.

De allí que, entre mis reflexiones sobre el asunto, se planteó una nueva pregunta: ¿Qué me ha pasado? Respuesta corta: Depresión. Respuesta larga: tengo un sentimiento de inutilidad, que he sido un fracaso, que le he fallado a todo el mundo, en ocasiones hasta siento que soy una carga.

¿Cómo he llegado hasta aquí? No sé cuándo se me encendió el piloto automático, pero sí se qué lo puso en funcionamiento: un deseo frustrado de libertad. Entiendo y acepto que existen leyes que regulan la libertad personal: leyes naturales como la fuerza de gravedad, leyes sociales como las normas de cortesía, leyes gubernamentales como los códigos civiles, leyes morales como el amor al prójimo, leyes divinas como el amar a Dios sobre todas las cosas, todas son leyes válidas y deseables; pero cuando existen elementos que intentan frenar nuestro espíritu es allí donde se frustra la libertad.

Elementos que simplemente se burlan de nuestras explicaciones, pretendiendo impedir que sigamos adelante, dándole una interpretación distinta al hecho de que sí existen los vasos “de” agua. A decir verdad, suena muy bien saber que “vaso” es una medida y no solamente un objeto; si un vaso no tuviera ese significado, la humanidad se enfrentaría a una época de frenazo científico/cultural, ya que lo literal neutralizaría a la lógica de la ciencia y a la poesía propia de la cultura. La humanidad quedaría encerrada detrás de la puerta de una casa sin paredes, sin derecho a percibir que existen otras salidas mentales y físicas a infinidad de situaciones. ¿Profundo verdad? Yo casi lo entiendo…